Compra pública sanitaria: una cuestión de valor

Los nuevos perfiles de pacientes, las nuevas conductas sociales y económicas, la revolución tecnológica y la propia transformación de la industria farmacéutica suponen un reto para el sistema sanitario y exigen más que nunca que nos planteemos nuevas formas de enfocar la compra pública sanitaria. Una visión que nos aleje de la mera adquisición de un producto o un fármaco a un precio fijo y nos lleve a incorporar más criterios de valor añadido: servicios y/o soluciones que den respuesta a la coyuntura actual y que aseguren resultados de salud a medio plazo que a su vez redunden en la sostenibilidad del sistema sanitario público.

En España, durante 2018, el gasto farmacéutico hospitalario más el de recetas creció un 4,6%, hasta los 17.482 millones de euros. Esta cifra se eleva hasta los 22.094 millones si se añade el consumo en productos sanitarios. Con los datos de Hacienda, se puede observar que el gasto farmacéutico hospitalario ha crecido en 2018 casi un 8%. Sin embargo, este impacto presupuestario no redunda en mejoras cualitativas del sistema.

Y es que para incrementar las garantías de que los procesos de compra de medicamentos sean exitosos debemos centrarnos en las necesidades del sistema en su conjunto y no en el producto en sí. Una visión multidisciplinar evitará el pensamiento de silos y propiciará la participación de todos los agentes (políticos, gestores y clínicos) involucrados en el proceso asistencial.

En este enfoque, el papel del médico especialista es clave, ya que, gracias a sus conocimientos de la patología, de las necesidades del paciente, de las distintas opciones terapéuticas y, en definitiva, de todo el proceso asistencial en su conjunto, puede aportar un gran valor.

Para que este acercamiento a las compras en la Administración sea posible también es necesario que exista una planificación estratégica de la compra pública, que se asignen líderes para la gestión de todo el proceso, que se introduzca una cultura de creatividad en las organizaciones y, por supuesto, contar con los medios técnicos y humanos necesarios.

Desde esta perspectiva, se abre una amplia gama de posibilidades de modelos de compra que dejen atrás la obsesión por el precio unitario y evolucionen hacia contratos más acordes con las verdaderas necesidades del sistema sanitario (prevención, adherencia, efectos adversos, tasa de respuesta, tratamiento integral de la enfermedad, entre otros).

No se trata de un modelo nuevo. La Universidad de Arizona ha analizado durante veinte años 18.000 proyectos de diversas industrias por valor de 6,400 millones de dólares, concluyendo que un acercamiento de compra basado en valor (Best Value Approach) genera ahorros de alrededor del 30% en el coste total del proyecto.

Continuar con un modelo en el que prima fundamentalmente criterios economicistas, que no incluye la visión del clínico y que no incorpore aspectos que permitan a las compañías diferenciarse con servicios de valor añadido, tiene un elevado coste de oportunidad para generar los ahorros y la sostenibilidad que en teoría se quieren obtener.

En cualquier caso, este reto no es sencillo porque se necesita que se produzca un cambio cultural en las organizaciones sanitarias y también en la industria farmacéutica. Si ambas partes entienden que trabajar en esta dirección es mucho más eficiente, no solo redundará en la rentabilidad y la sostenibilidad en el medio plazo, sino que permitirá que los pacientes en nuestro país tengan una mejor sanidad basada en valor.

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